El papá de Zoe

 

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Durante una época miserable de mi vida en la que no podía pagar unas vacaciones decentes, pasé un par de veranos consecutivos en el club de mi barrio, haraganeando bajo el sol entre patéticos chapuzones, ya que no tengo el más mínimo interés en actividad deportiva alguna. Tuve la gran suerte de que mi mejor amiga me acompañara, y digo gran suerte porque entre las dos asesinábamos al embole por envenenamiento, sin más artilugios que la crítica destructiva contra el prójimo.

Allí, sin atuendos que denoten un status, sin joyas ni autos para mostrar, todos éramos unos zaparrastrosos con olor a cloro, los pelos pegoteados y sin encanto. Todo estaba a la vista, todas las miserias, los defectos y la estupidez del ser humano cuando baja la guardia. Todos expuestos, pagando el precio por pasar un rato de esparcimiento veraniego. Porque en el fondo era muy triste que todo fuera tan obvio. Si no hay algo de misterio, algo por descubrir, no hay curiosidad y sin curiosidad no hay motor vital.

Así es que cuando el sol empezaba a aflojar, nadie se salvaba de nuestra gratuita maldad, mientras Pablo acompañaba de vez en cuando, no sin algo de vergüenza ajena. Y es que había más que suficiente para nuestro trabajo de campo: un gordo se ponía patas de rana y un esnorquel para hacer un largo de 15 metros cada media hora, una vieja sin dientes se la pasaba tirando besitos involuntarios e indiscriminados, una veterana parecida a Farrah Fawcett (ahora) se hacía la conejita con los guardavidas, una madre de dos nunca pudo mostrarle al mundo la diferencia entre su culo, su rodilla y su tobillo, TODAS las portadoras de celulitis recibían como apodo alguna marca conocida de mozzarella o bollo de pizza… y así el verano se hacía llevadero mientras nosotras dejábamos gradualmente la forma humana para adoptar la naturaleza propia de las hienas.

Y en medio de toda esa barbarie, una tarde apareció Zoe. Una nenita her-mo-sa de unos dos años, malgastando sonrisitas e inocencia; y siguiendo sus erráticos pasitos estaba su bonita mamá. A ella no la podíamos criticar… no había por dónde darle, porque era linda, delicada, con modales refinados y perfil muy bajo. Tanto que no nos dimos cuenta de que venía acompañada de su marido. Tardamos en descubrir quién era el papá de Zoe. Supongo que por la fuerte impresión. Entronizado en una reposera apartada estaba “Toro Sentado”, un grandote muy pero muy feo. Sus facciones parecían talladas en piedra, la piel oscura, los labios duros, como su pelo, su cuerpo grande y torpe… y siempre leyendo el diario sin prestarle atención a nadie más que a Zoe y a su hermosa esposa.

No lo podíamos creer, ¿cómo hizo ese esperpento para conquistar a semejante mujer? ¡Por fin un interrogante! No nos cansábamos de elaborar hipótesis y conjeturas: “el tipo debe tener un Porsche como mínimo”, “a lo mejor la chica sufrió mucho con parejas anteriores”, “capaz que lo vio meando en un baldío…”  Hasta a Pablo le llamó la atención y aunque no compartía nuestro descaro, no evitó alguna que otra broma. Sin embargo, no fueron el blanco de nuestros dardos por mucho tiempo… después de todo, eran los únicos que ofrecían algo de misterio, ganándose así nuestra misericordia.

Un día mi amiga no pudo ir al club y me quedé almorzando con Pablo en el bufet. Un par de panchos con dos Cocas de 600cc. Todavía no había llegado la hora de sacar el cuero así que relajadamente nos quedamos conversando, hablando de cualquier tema, creo que de algo que habíamos visto en la tele. No sé si fue por el canal Rural, por Animal Planet o por el Llanero Solitario, el disparador del comentario de Pablo fue la palabra “toro”.

– ¡Ah! Hablando de toro. Me encontré a Toro Sentado, al papá de Zoe, en el vestuario.

-¿Y?

– Muerta, como ésta:

coca cola

 

 

 

 

Por un momento creí verla claramente: oscura, pesada, grande y de 5 puntas, como el envase.  ¡Así que la mamita era viciosa! Misterio resuelto, vuelta al embole.

Eso es lo malo que tiene el club, no hay enigma que dure mucho…

I Put a Spell on You WATCH

Screamin Jay Hawkins - I Put a Spell on You

 

 

 

 

7 pensamientos en “El papá de Zoe

  1. jua jua!! me matan tus relatos! y menos mal que vine, mi desconfianza no era para menos!! (redirigirse a lo que te respondí en mi blog..) jeje
    ¬¬ voy a tener que vigilar más de cerca, me parece que bajé la guardia,
    bueno, perdón, me emocioné!!

    y de casualidad me podrías decir dónde queda ese club?? para ver si no me seguís mintiendo nada más.. jaja
    besosss

  2. Será que también, detrás de cada «refinada y bella» mujer, hay un «gran» hombre…?
    (después de hoy, no creo que pueda volver a tomar esa gaseosa en esa presentación..)
    Me gustó el relato, una cruda pintura…nunca pensaste en publicarlos en otro medio…?
    Saludos y felicitaciones…HB

  3. je, je dentro del universo de lo esperable.
    cuando iba a GEBA me trepaba por unas viejas escaleras hasta un techo donde
    espiaba el solarium de mujeres.

  4. Darío: jajaj, como diría el Negro… «éramos tan pobres!!». Me alegra que te gusten las fotos, no sé, si te referís a la botella, ayuda a la idea y si te referís al negro, recomiendo mirar el video… Saludos!

    Raúl: es así, el calor golpea… no nos defendamos como las chicas de la historia :-P

    Eme: comprendo tu emoción, no es para menos!! Como te comenté en tu blog, el Sarmiento pasa cerca de ese club (en Capital, para más datos)… habrá que pelear con la mamá de Zoe!!!!

    Harold: su comentario me llena de emoción, pero hago lo que puedo… respecto a lo del gran hombre, espero que no esté atrás de la bonita mujer porque la va a mandar al hospital :o)

    Efa: qué mocoso travieso! pero está bien, varón dijo la partera!

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