Mi lugar en el mundo

Bien sabe usted Ibañez que he viajado mucho… conozco casi todos los paisajes que existen y no he podido encontrar “mi” lugar.

Las ciudades me deprimen. Sucias, llenas de enfermedades, gente brotando por cada agujero, delincuencia e hipocresía. Todos los olores son desagradables, desagües, frituras, escapes de autos, guisos y churrascos hechos en planchas sucias.

El campo es devastador, esa chatura interminable, los ojos no encuentran nada en kilómetros, salvo ojos de vacas, más desahuciados que los míos. La gente no tiene nada que decir que no esté relacionado con el clima. Un horror.

El mar me enferma, violento, traicionero, ese zumbido constante me atormenta día y noche. En verano, playas llenas de idiotas semidesnudos y en invierno, la nada misma. El bosque es peor. Siempre sombrío y húmedo, alberga todo tipo de hongos y duendes acechando impunemente.

Las montañas me resultan directamente tenebrosas, negándome los amaneceres y los crepúsculos plenos. Sólo puedo ver el sol cuando ellas quieren, dejándome en una claustrofobia insalvable.

Los ríos me dan asco. Solo barro y moho baboso, que con suerte se pueden esquivar si el agua es transparente (lo cual igualmente es desalentador porque si es transparente es porque está helada). Y la selva ¡por favor!… llena de insectos y animales asquerosos y mayormente venenosos, no da descanso entre el calor, la lluvia y la mugre.

Aunque un sitio muy frío sería mi aniquilación… no nos engañemos, por algo la gente se suicida en Noruega.

Las islas me resultan un fenómeno antinatural. Creer que uno está en tierra firme es una tontería. Sabemos que cuando los polos se derritan, simplemente desaparecerán. Y además, si dieron lugar a una palabra de ribetes tan nefastos como “aislamiento”, pues por algo será.

No consideraría lugares extremos como Siberia, la sabana africana, el desierto o los abismos submarinos por razones obvias.

No hay lugar en el planeta para mí. Así de simple, mi estimado Ibañez.

– Sin embargo yo creo que sí hay uno: la farmacia. Definitivamente amigo Rivera, dejar los antidepresivos no fue una buena idea…

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